-¿Por qué no puedes cerrar los cajones?- le preguntó Jorge enfadado –.No puedo estar todo el tiempo cerrándolos detrás de ti.
-Pues déjalos abiertos- le respondió despreocupada mientras se dirigía a la cocina.
Lo único que le molestaba a Jorge de Ana era su racional despreocupación por cerrar cualquier cosa: los cajones, las cajas, los frascos, todo, todo lo que tuviese tapas o puertas.
-Siempre he sido así y lo sabes- decía Ana mientras sacaba una galleta del frasco y lo dejaba abierto-. Si tanto te molesta no te preocupes en cerrarlos.
-Te queda fácil decirlo- dijo Jorge, que bruscamente agarró el tarro de las galletas y lo cerró- pero sabes que no lo soporto.
-Y tú ¿Por qué te molestas en cerrar las cosas si sabes que las voy a volver a abrir?
Jorge decidió callar y cerró los cajones de la alacena, despacio, sin que Ana lo notara.
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