jueves, 15 de julio de 2010

MELÓDICO

Se sostiene en su única pata. Apoyado sobre la pared vieja y sucia mantiene el equilibrio como un experto funámbulo. Espera paciente por alguien que lo agarre, que lo sostenga en brazos, que lo toque.

Cuenta historias del medioevo, de reyes y códices. Aún conserva la elegancia de los bailes cortesanos. Huele a sonatas, a pastorales, a rapsodias del sur y a allegrettos graziosos en una noche de invierno. La habitación se llena con su imponencia, con sus curvas barrocas y su pesadez monumental. Hasta el sol se cuela por la pequeña ventana para poder reflejarse en su superficie lacada.

Respira el aire tensionante de las audiciones y la brisa refrescante de los conciertos en sol mayor. Huele al sudor de las manos nerviosas y a pelo recién cortado. Huele a abeto, a cedro, a sauce, a nuez y a nácar. Su sonido es azul como el canto de las ballenas, como las carcajadas de un niño. Es pacificador y angustiante. Es de un violeta tan profundo que invade y ahoga.
Huele a luna llena, a Kandinsky, a plata, a escalas y a arpegios, a nylon y a acero. Suena a arrullo de abuela, a mañana de domingo, a fotografía vieja y a café recién hecho. Su sonido es tan largo como los días de verano y tan corto como los mejores sueños.

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