martes, 5 de octubre de 2010

SHADOWS


Estás sentado en la silla del parque. Son las cinco de la tarde y el sol te da en la espalda. Sobre el asfalto ves tu sombra que se proyecta. Está tu figura tan esbelta que te parece extraña. Una persona de dos metros, con la cara alargada ocupa tu lugar en la proyección.
Te gusta ver cómo las sombras de los caminantes se entrecruzan con las tuyas. Forman seres de dos cabezas, cuerpos con cuatro brazos o seis o siete. Realizan movimientos coreográficos que se interrumpen con tu sombra. La tuya y la de los que caminan por detrás se proyectan sobre los pies que caminan a prisa por delante.
Entre tanto movimiento alguien se detiene. Sabes que es un hombre. Tiene espalda ancha y cuerpo recto. Su sombra se ubica al lado izquierdo de la tuya, unos metros más arriba de la altura de tu cabeza. Lleva algo que bien podría ser un sombrero o un turbante o un animal. Lo ves moverse con el viento o por voluntad propia. No lo sabes muy bien. El hombre se queda quieto, sólo mueve la cabeza de un lado a otro. Está buscando a alguien o viendo a la gente que pasa a su lado.
Entonces una sombra más se detiene. Se ubica a tu lado derecho. Reconoces a una mujer. Su ropa alcanza a mostrar unas curvas bien definidas. Su pelo largo ondea con el viento y se lo acomoda de vez en cuando. Se voltea y mira la sombra del hombre. Se queda quieta, de perfil. Parece que el hombre no se ha percatado de su presencia, o no le importa porque sigue moviendo su cabeza de lado a lado.
Ella estira su brazo por encima de tu cabeza y su sombra toca la sombra del hombre. Le acaricia el sombrero, el turbante o el animal. Al hombre parece no gustarle y se aleja un par de pasos más hacia tu izquierda. Ella intenta seguirlo, pero tu sombra se lo impide. Se siente temerosa de tocarla o simplemente no quiere ensuciar la suya. Se ve impaciente.
Decides correrte un poco más a la izquierda de la silla, como generando complicidad con la mujer. Ella avanza a tu ritmo y entonces vuelve a estirar su mano. Acaricia de nuevo la sombra del hombre, esta vez en el brazo. El hombre mira el brazo de la mujer y luego la mira a ella. Intenta pasar al lado derecho, pero tu sombra se lo impide. No quiere tocarla.
Las dos sombras quieren estar juntas. Si no fuera por la tuya se fundirían en una. Tu no haces nada. Te gusta ver cómo las sombras lo intentan, pasando los brazos y estirando los cuellos por encima de tu cabeza. Con cuidado de no tocar tu sombra.
De pronto, el hombre hace un gesto, tiene una idea. Una nueva sombra aparece. Una sombra roja y redonda. Puede ser una sombrilla o una pelota. No lo sabes muy bien. El hombre ubica la sombra roja justo detrás de tu cabeza. Te rodea por completo y tu sombra se desvanece y se funde con el rojo. El hombre desaparece por detrás y aparece de nuevo a tu derecha. La mujer lo toma del brazo. Ahora sus sombras son un cuerpo con dos cabezas y cuatro brazos. Se alejan caminando por la derecha y detrás los persigue la pelota o la sombrilla.
Tu, que no te habías atrevido a voltear la mirada, esperas unos segundos. Sigues las sombras con la mirada, de reojo. Para cuando vez que están lo suficientemente lejos volteas tu cara rápidamente y apoyas tu brazo sobre el espaldar de la silla. El sol te golpea en la cara y no ves más que las siluetas de las personas que siguen caminando detrás tuyo. Buscas a alguien con sombrero o turbante o un animal en la cabeza. Buscas a una mujer de ropa ajustada. Buscas una pelota o una sombrilla roja que los persiga, pero no ves nada de eso. De su presencia sólo te queda el recuerdo.