miércoles, 25 de febrero de 2015

DESPRENDERSE


Hablarle a gritos sordos y contarle lo que sientes
desnudarle el cuerpo
arrancarle la piel
sacarte las entrañas y cubrirla con el abrazo cálido de un corazón palpitante
sacarle el frío y llenarla del cielo rosado de una atardecer de primavera
comerte las orugas y vomitarle mariposas
que no vuelen
que agiten sus alas y descubran rostros de manzanas y lunas rojas
con ojos que lloren lágrimas con olor a hierbabuena
acostarte a su lado y sentir su piel
y dejar que las hormigas se la lleven en un paseo por terrenos de algodón de azúcar
y la traigan adornada en cáscaras de mandarina
agarrarla fuerte y no soltarla
hasta que las manos te suden recuerdos temblorosos
y se te deshagan en llagas de ternura
y dejarla ir
caminado despacio
y esperar a que se dé vuelta
aunque le pediste que no lo hiciera
y comerte las ganas de quedarte con ella
y guardarte las mejillas húmedas de un beso lloroso
después
de decir
adiós

lunes, 27 de enero de 2014

A MÍ, LA RODILLA DE FALCAO ME IMPORTA UN CULO

Nunca he sido un aficionado al fútbol, no disfruto viendo un partido ni soy seguidor de ningún equipo. Nunca me he sentido emocionado por ver algún juego. Esto no quiere decir que no me alegre cuando veo que  Colombia logra entrar a un campeonato mundial. No quiere decir que no me sienta orgulloso de los deportistas cuando ganan alguna copa o una medalla o cualquier otro reconocimiento. Mi impedimento de disfrutar del fútbol no significa que no entienda que, por alguna razón que desconozco, sea un deporte que despierta tantas emociones en el mundo entero.
Ahora bien, ¿por qué tanto alboroto por una lesión que es tan común en los deportistas? ¿De verdad le duele a la gente que Falcao se haya hecho un “ayayay” en la rodilla? ¿Por qué tantos mensajes animándolo? Al único que debe dolerle realmente no ir al mundial es a él. Supongo que por lo que significa estar luchando por obtener la copa, por estar jugando en contra de los mejores.He escuchado y leído comentarios como: “Es que sin Falcao el mundial no será lo mismo”, “Es que si Falcao no va, Colombia queda en desventaja”. ¿Es tan malo el equipo que necesitan de un jugador estrella para triunfar? Se supone que el equipo lo hacen once jugadores y no uno solo.
Pero bueno, tal vez simplemente no entiendo nada de nada porque según dicen “el fútbol es fútbol” y la gente se enloquece por el balón,las canchas y los jugadores. Ahora me pregunto ¿por qué el revuelo y los mensajes a Falcao por un dolor en la rodilla y ni siquiera un mensaje de aliento al niño al que una señora con resaca le quitó media pierna hace unos meses? A él también le gusta el fútbol, él también tenía el sueño de convertirse en un crack, seguramente soñaba con un balón de oro y viajar aBrasil para representar a Colombia en el mundial. Pero para él no hay millones de mensajes de aliento, a él nadie le rindió un homenaje en una cancha. A nadie le importa que después de que se vio sin una pierna le haya dicho a su mamá que esa señora le había arruinado la vida. Ya nadie se acuerda de él, porque él no es Falcao.
Por eso es que a mí, la rodilla de Falcao me importa un culo. Porque hay cosas en el mundo que son más importantes que la lesión de una súper estrella o el arresto de un adolescente famoso sin control, porque hay gente real en las calles que se preocupa por cosas reales y tiene problemas reales.

Radamel se manda a operar y salió del problema pero estoy seguro que a mi vecinito la pierna no le crece más.

martes, 1 de febrero de 2011

SERENATA Nº 1


Hoy está vestido para la guerra. Su arma no hace daño, ya no funciona, pero la porta orgulloso. Su cuerpo revela las huellas de los lugares que ha visitado. Su uniforme es impecablemente rojo. Los botones dorados brillan con luz propia. Usa los guantes blancos porque está de guardia y el sombrero negro porque hoy en Londres hace frío. Sus zapatos están recién lustrados y los levanta con cuidado para no ensuciarlos. Una vara se le clava en las costillas. Marcha con fusil y bayoneta al hombro y se mueve con pasos coordinados. A veces se para, apaga motores y empieza de nuevo con más fuerza que antes. Se pintó la cara para que no lo reconozcan; arriba dorado y abajo negro. Un par de estrellas oscuras le enmarcan los ojos. Del lugar donde deberían estar las orejas salen dos cordones que le permiten desprenderse de esa nueva cara. Se ríe porque sabe que hoy no lucha, que ya no lucha más. Pasa los días vigilando desde lo más alto. No se detiene aunque llegue a la orilla. De vez en cuando le gusta lanzarse en caída libre. Porque allá abajo se encuentra la princesa que alguna vez lo rescató y que lo llama todas las noches desde su cajita musical.

miércoles, 26 de enero de 2011

UN INSTANTE


El reloj no deja de sonar y el segundero empieza a hacer un ruido insoportable. Uno no puede dejar de mirarlo. Un segundo, quince segundos, un minuto y quedan tres para que llegue. Revisa el teléfono por si se le escapó algún mensaje. Se ubica frente al espejo. Tenemos que hablar. Y el espejo no oculta esa mirada nerviosa. No quiero que lo tomes a mal. Y cuando es la hora, un minuto parecen cinco, quince. Y uno corrige su peinado y se acomoda la camisa. No quiere parecer vestido para la ocasión. Aunque lo está.
Suena el timbre. Uno agarra las llaves y espera el tiempo que tardaría de la habitación a la cocina. Y entonces contesta. Hola, ya bajo. Y mientras camina por el corredor repasa el saludo: un abrazo corto y un beso en la mejilla. ¿Cómo estás? Llegas temprano. Y se llena de valor y entra al ascensor. El camino de bajada se hace larguísimo. Uno repasa otra vez el aviso de revisión. Se cerciora de que la firma de agosto siga ausente. Recuerda por qué lo quiere hacer. Esta vez no se mira al espejo. No quiere ver su mirada que lo delata. Revive las peleas en la madrugada y los celos furiosos. Juega con las llaves e intenta que el sonido del metal lo distraiga.
La ve parada en la puerta y entonces todo se le olvida. El abrazo se prolonga y el valor se escapa con el papel del reparto a domicilio. Un te extrañaba lo cambia todo. Y entonces uno ya no quiere darse un tiempo. Dibuja una sonrisa en su pelo, en su aroma, en su piel. Un te amo lo vuelve indefenso. ¿De qué me querías hablar? Y la cabeza corre a comprarse una excusa.

martes, 4 de enero de 2011

EL JARDÍN



El jardín era mi lugar favorito. Mi abuelo le había plantado unas rosas a mi abuela. Crecían tan alto que se asomaban por la pared que dividía las casas. Era un espacio que no pasaba de los tres metros cuadrados. Un universo listo para ser explorado. Me acostaba en la tierra, al lado de las piedras que lo enmarcaban en el patio. Llevaba siempre mi copia y mi cropino y pasaba la tarde jugando al biólogo.
Me gustaba ver como las nupias se escondían debajo de las piedras cada vez que las tocaba con el cropino. Recolectaban aspias que llevaban hasta el fotio. Era increíble ver como esas nupias, tan pequeñas y débiles, podían alzar aspias que les triplicaban el tamaño. Las nupias eran noñosas, no dejaban que los cudios se acercaran a su territorio y cuando veían alguno salían del fotio y les francataban pontocones que les trepiaban las antenas.
Los cudios fanzaban en las prenias. Traciaban vuldos de arriba a abajo y hercían las frobias para que los grunos no mostiaran las rosas. Eran incansables, dobiaban y plesiaban el las cundias y cuando se tremaban volvían a fanziar debajo de las prenias, justo donde el sol no las oñibaba.
A los modianes del jardín les gustaba trochocar las felivias. No era extraño verlos carribanando y presuntando las folcas de la estranta. Al igual que las nupias, los modianes fruntiaban su teruno. Les morialaban especialmente los fupianes. Cada vez que alguno se arrimaba, los modianes se arecolchaban en una rotana y planaban grutidos que pronteaban hasta las crovias de la casa. Los fupianes se aquiesaban y pronían de espianco y resongaban a sus loncas. Agrodaban en las pembias esperando un mejor momento.
Había momentos en que miraba al cielo e imaginaba cientos de jardines. Y me preguntaba si había alguno que tuviera al menos el encanto que tenía el mío. Regresaba con la mirada de nuevo a la tierra y me perdía de nuevo en ese mundo natural.
Si tenía suerte podía llegar a ver monoñiques. No emergían mucho porque preferían grutir bajo la cirruta. Cuando un monoñique lo hacía, se hudanaba el jardín. Las nupias volían las aspias, los cudios yucaban de las prenias, los modianes jufaban las felivias e incluso ni les morialaban los fupianes, que adroliaban para chequesar una que otra folca. Los monoñiques asperaban digadeza. Corsufiaban una prola que ribiaba con el sol. Del fregundo les sildiaban dos hudas de mil colores y de la testona un julino que inspiraba royalesa. Difiaban de a uno. Se hojafaban con trenuda, promenando el jardín de lado a lado. Se corfaban una que otra aspia que le volchaban a las nupias y volvían a fanziarse en su hinco de malchubas.
Yo pasaba la tarde esgrafiando en mi pocola de curnía. Los esgrafiaba de a uno y sensiquelaba cada hoja. Les froía noldes y les dorogotiaba las prolas del carpecio. Cuando me oyaba, agarraba mi copia y mi cropino y salía corriendo de nuevo a mi habitación. Todavía sulo mi pocola. La gurlo como un yusolo. Porque cuando ahomo los queriales la abro y frendo mis esgrafías.
Y entonces me encuentro acostado de nuevo en el jardín.

lunes, 1 de noviembre de 2010

CONDENADAS


"El sueño de Rafael" de Marcantonio Raimondi (N.A)
Al fondo sigue en pie una de las ciudades hermanas. Despertó a la fuerza por el ruido de las explosiones. Ni las paredes amuralladas serán suficientes para protegerla. Sus habitantes se preparan para huir. Observan desde las ventanas el humo que oculta a la luna. El campanario retumba y da la orden de desalojo. Incluso los soldados han escapado, porque saben que no podrán defenderse. Solo la luz de una de las ventanas permanece apagada. Es la habitación de la que conoce su futuro y el futuro de las ciudades. No se levanta, no hace las maletas ni prepara provisiones. Ella sabe que no vale la pena huir porque la destrucción es inminente.
Del río empiezan a llegar los que lograron escapar del fuego. Navegan con dificultad porque el agua ha empezado a condensarse. Los de la embarcación más grande reman con esfuerzo y han bajado las velas porque esa noche el viento no sopla. El pescador ha tomado el mando y los guía en la ruta más corta para poder llegar al mar. Saben que allá, en donde el humo aún no llega, aún tienen esperanzas.
Solo mujeres y niños, grita el carpintero. Y las mujeres dejan que sus niños suban primero y los abandonan en las barcas. El carpintero intenta alcanzar al otro barco, pero él sólo los construye y de navegar no sabe nada. Se desvían de la ruta y se quedan a su suerte en medio del río. Ni siquiera las almas inocentes se salvan de la masacre.
Una pareja de valientes ha podido escapar. No lograrán llegar a su destino, pues todo estará hundido en el agua antes de que logren cruzar la montaña.
En la ciudad de la derecha el calor es insoportable. No se puede respirar en medio del humo y el azufre. A los pocos que quedan les cuesta moverse. Unos hacen lo que pueden para alejarse de las llamas. Un hombre carga en hombros a su esposa inconsciente y otro ayuda a la suya a llegar a las partes más altas. Ambos sienten la angustia de la muerte pero seguirán luchando por sobrevivir. En cambio hay quienes se entregan a las llamas porque prefieren morir quemados y otros que se encierran en los pisos más bajos y esperan a que el nivel del agua suba, porque es menos doloroso morir ahogado.
El fuego de la ciudad es alimentado por un rayo que sale de la montaña. Está a punto de quebrarse en dos. Se sabe que de su interior saldrá la lava que sepultara las ciudades. La lava se volverá roca y sepultará también su recuerdo. Pasarán a ser ciudades perdidas y se contarán historias de lo que alguna vez fueron.
Las edificaciones más cercanas al río y las que más arden con el fuego son la biblioteca y el observatorio astronómico. Solo los sabios se preocupan por rescatar algo de su historia. Uno sube las escaleras hasta la entrada, agarra los libros que aún no han sido destruidos, baja de nuevo y lo espera otro que los recibe y los guarda en la fosa secreta, en el único lugar al que el fuego no puede entrar. Los protege y los encierra bajo llave, como un tesoro, esperando que algún día alguien pueda llegar a encontrarlos de nuevo.
Del río sale un resplandor que asusta a los animales. Puede ser que el agua también quiere estallar o es sólo un aviso para que huyan, pues son los únicos que podrán sobrevivir. Han adaptado las formas de supervivencia de las cucarachas. Han transformado sus cuerpos, porque no tuvieron opción, porque su espacio fue reducido a una pequeña porción de tierra, porque los humanos los obligaron. La iguana tiene cola de pez, porque aprendió a vivir bajo el agua. Tiene garras enormes y filosas porque se volvió carnívora y sale a cazar las presas que se encuentran en la orilla. La zarigüeya ha desarrollado un potente veneno que inyecta a través de su cola de alacrán. El gato se volvió subterráneo y ciego como los topos. El conejo aprendió a volar y al igual que la abeja mata con su aguijón al precio de su propia muerte. Todos esperan en la orilla. Esta noche no intentarán comerse y esperarán pacientes la nueva tierra que será creada sólo para ellos.
En el césped hay dos mujeres recostadas. Son hermanas como las ciudades. Gemelas idénticas. Bien podrían estar descansando porque atravesaron el río nadando, huyendo de una muerte segura, y creyeron que en la otra orilla estarían a salvo. Les cuesta respirar y con esfuerzo levantan la cabeza con la intención de rescatar un poco de oxígeno del ambiente. O podrían estar muertas, porque al ser las causantes de la tragedia han sido tiradas al río y el río las ha traído hasta la orilla y golpearon contra las rocas y el río las tiró al césped como pudo y no están levantando la cabeza porque no pueden, porque el cuello roto y sin vida no puede soportar tanto peso.
Están tiradas debajo de lo que alguna vez fue una iglesia. De la iglesia no queda sino una pared, una columna y una ventana que alguna vez tuvo un vitral de alguna imagen sagrada. De la ventana se cuela una luz. La luz de las llamas que alumbra la pared y que le presagia su destino de cenizas.

martes, 5 de octubre de 2010

SHADOWS


Estás sentado en la silla del parque. Son las cinco de la tarde y el sol te da en la espalda. Sobre el asfalto ves tu sombra que se proyecta. Está tu figura tan esbelta que te parece extraña. Una persona de dos metros, con la cara alargada ocupa tu lugar en la proyección.
Te gusta ver cómo las sombras de los caminantes se entrecruzan con las tuyas. Forman seres de dos cabezas, cuerpos con cuatro brazos o seis o siete. Realizan movimientos coreográficos que se interrumpen con tu sombra. La tuya y la de los que caminan por detrás se proyectan sobre los pies que caminan a prisa por delante.
Entre tanto movimiento alguien se detiene. Sabes que es un hombre. Tiene espalda ancha y cuerpo recto. Su sombra se ubica al lado izquierdo de la tuya, unos metros más arriba de la altura de tu cabeza. Lleva algo que bien podría ser un sombrero o un turbante o un animal. Lo ves moverse con el viento o por voluntad propia. No lo sabes muy bien. El hombre se queda quieto, sólo mueve la cabeza de un lado a otro. Está buscando a alguien o viendo a la gente que pasa a su lado.
Entonces una sombra más se detiene. Se ubica a tu lado derecho. Reconoces a una mujer. Su ropa alcanza a mostrar unas curvas bien definidas. Su pelo largo ondea con el viento y se lo acomoda de vez en cuando. Se voltea y mira la sombra del hombre. Se queda quieta, de perfil. Parece que el hombre no se ha percatado de su presencia, o no le importa porque sigue moviendo su cabeza de lado a lado.
Ella estira su brazo por encima de tu cabeza y su sombra toca la sombra del hombre. Le acaricia el sombrero, el turbante o el animal. Al hombre parece no gustarle y se aleja un par de pasos más hacia tu izquierda. Ella intenta seguirlo, pero tu sombra se lo impide. Se siente temerosa de tocarla o simplemente no quiere ensuciar la suya. Se ve impaciente.
Decides correrte un poco más a la izquierda de la silla, como generando complicidad con la mujer. Ella avanza a tu ritmo y entonces vuelve a estirar su mano. Acaricia de nuevo la sombra del hombre, esta vez en el brazo. El hombre mira el brazo de la mujer y luego la mira a ella. Intenta pasar al lado derecho, pero tu sombra se lo impide. No quiere tocarla.
Las dos sombras quieren estar juntas. Si no fuera por la tuya se fundirían en una. Tu no haces nada. Te gusta ver cómo las sombras lo intentan, pasando los brazos y estirando los cuellos por encima de tu cabeza. Con cuidado de no tocar tu sombra.
De pronto, el hombre hace un gesto, tiene una idea. Una nueva sombra aparece. Una sombra roja y redonda. Puede ser una sombrilla o una pelota. No lo sabes muy bien. El hombre ubica la sombra roja justo detrás de tu cabeza. Te rodea por completo y tu sombra se desvanece y se funde con el rojo. El hombre desaparece por detrás y aparece de nuevo a tu derecha. La mujer lo toma del brazo. Ahora sus sombras son un cuerpo con dos cabezas y cuatro brazos. Se alejan caminando por la derecha y detrás los persigue la pelota o la sombrilla.
Tu, que no te habías atrevido a voltear la mirada, esperas unos segundos. Sigues las sombras con la mirada, de reojo. Para cuando vez que están lo suficientemente lejos volteas tu cara rápidamente y apoyas tu brazo sobre el espaldar de la silla. El sol te golpea en la cara y no ves más que las siluetas de las personas que siguen caminando detrás tuyo. Buscas a alguien con sombrero o turbante o un animal en la cabeza. Buscas a una mujer de ropa ajustada. Buscas una pelota o una sombrilla roja que los persiga, pero no ves nada de eso. De su presencia sólo te queda el recuerdo.