jueves, 15 de julio de 2010

DESPERTAR

Sucede que uno gasta los primeros minutos del día en recuperar su brazo derecho. Se lo está comiendo una sanguijuela y hace cosquillas mientras mastica lentamente. Uno la frota, la pellizca, la muerde y la golpea, pero no cede. Está decidida a dejarlo inútil.

Con el brazo izquierdo intenta incorporarse. Un par de tenazas lo agarran de los pelos y en la lucha le arrancan unos cuantos. Luego están las serpientes. Esas que se niegan a separarse de la piel. Se enroscan en las piernas, se pegan a los pies, a cada uno de los dedos y sus largas lenguas ya empiezan a invadir las uñas. Las desprende de un tirón y se acurrucan en una esquina.

Por la ventana se escucha el batir de alas de esos hombrecitos que soplan un viento helado. Congelan las gotas de sudor que caen quemando la piel y clavándose en los pies. Uno se levanta. El piso, blando y viscoso, tiembla. La sanguijuela, que aún hace cosquillas, tira hacia abajo y lo tumba de nuevo en la cama. La agarra con su brazo libre y vuelve a tomar impulso.

Así, uno va a dar contra una pared de anillos que se pegan a sus ojos hinchados y los untan con tinta de calamar. Se rinde ante la inestabilidad del piso. Se arrastra. Le clava las uñas y empuja a su sanguijuela y a su pesada existencia.

Sucede que algunas cosas cambian con un baño helado. Uno se ubica frente a la tina. Se pone en la orilla, se da un empujón y resbala hacia adentro. Rueda de lado a lado y después de un rato frena en el centro. Estira su brazo y abre la canilla. El agua solidifica el piso y saca los anillos y hace que la sanguijuela se acobarde. Entonces se levanta y puede caminar y los hombrecitos se alejan volando y las serpientes se esconden y las tenazas se cierran.

Uno sale entonces a la calle con las dos cosas que nunca se van: Las manchas de tinta y su sanguijuela en un dedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario