jueves, 15 de julio de 2010

ESPERA

Gloria entró a la sala y agarró un turno para esperar a que la atendieran. No le gustaban los hospitales pero no podía postergar la cita por más tiempo. Se sentó a esperar. Se hizo en el último lugar, lejos de la recepción y al lado de una pequeña ventana. No soportaba el olor que era una mezcla entre formol y el peculiar aroma de las cremas para golpes y torceduras. De fondo se escuchaba una canción de música andina instrumental. Prefería no entrar en contacto con ninguna de las personas que, como ella, esperaban a ser atendidas. Tan pronto se sentó miró el papel que tenía en la mano y vio el número ochenta y nueve. Alzó la mirada buscando la pequeña pantalla que se encontraba en la recepción y vio que estaban en el turno setenta. Se acomodó y sacó una de las revistas que había comprado antes de entrar. La leyó entera.

Después de una lectura de tres revistas, los sonidos de la zampoña, el charango y el bombo empezaban a aburrirla. Echó un vistazo y se percató que muchas de las personas que estaban cuando había llegado ya se habían ido, pero la sala se encontraba aún más llena. Alzó la mirada y se levantó un poco para ver la pantalla por encima del sombrero de la fila de adelante. Turno setenta y cinco. Se reacomodó en su silla y empezó a mover el pie rápidamente. Se detuvo por los ojos de furia de la señora de al lado. Sacó de nuevo una de las revistas y empezó a hacer el crucigrama de la hoja final. Lo acabó a los diez minutos. Miró de nuevo la pantalla. Turno setenta y siete. Las canciones empezaban a repetirse. Quería estrangular al niño de adelante que no dejaba de gritar y saltar de un lado a otro. Se levantó y fue a sentarse en la otra esquina. Estaba todo más tranquilo y corría un viento fresco que entraba por la ventana.

Sacó otra revista. Empezó a llenar con cincos, sietes y nueves los espacios del sudoku. A los cuarenta minutos lo abandonó. Tenía un par de cuatros en el sexto cuadrante. Otro vistazo a la pantalla. Tuvo que levantarse de la silla y esquivar varios cuerpos que estaban de pie para descubrir el número. Turno ochenta y cinco. Se quedó de pie para evitar un calambre. No se movió de la última fila, no quería entrar en el tumulto. La sala estaba aún más llena. Las canciones se repetían por cuarta o quinta vez y Gloria empezaba a tararearlas inconcientemente. Volvió a sentarse. El anciano de al lado le preguntó la hora, otro niño fastidioso empezó a molestarla y disimuladamente lo pellizcó, se levantó, se cambió un par de sillas más al centro, sacó las revistas otra vez y las hojeó de nuevo.

Turno ochenta y nueve. Se levantó y había tanta gente que no encontró por donde pasar. Mientras intentaba hacer a un lado a las personas que estaban de pie, escuchó el timbre de nuevo y una voz que gritaba: ¡chentinueve! Con desesperación alzó la mano tratando de hacerse notar. Escuchó de nuevo: ¡chentinueve! “Soy yo” gritaba en vano, pues el ruido de la gente la opacaba. Entre empujones, patadas, codazos y uno que otro insulto logró llegar a la recepción. Ahí se dio cuenta que habían pasado al turno noventa y uno.

-Tiene que estar más atenta la próxima vez- le dijo la recepcionista-. Ahora va a tener que agarrar otro turno y esperar.
Gloria la miró con desprecio y estuvo tentada a irse. En la puerta recordó por qué estaba allí y de mala gana agarró otro turno y se sentó en la única silla que vio vacía. En el papel estaba marcado el número ciento noventa.

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