domingo, 19 de septiembre de 2010

PACTO


Eusebio salía todas las mañanas a la panadería de la esquina. Compraba diez pesos de pan. Caminaba tan a prisa como su bastón se lo permitía. Llegaba de primero al viejo parque del barrio. Se sentaba en una banca y alimentaba a las palomas.
En eso gastaba sus días. Cortaba trocitos de pan y los lanzaba al suelo. Le gustaba ver como las palomas aterrizaban, corrían, luchaban por las migas y volaban de nuevo. Algunas veces se ponía pan en los zapatos , estiraba las piernas y dejaba que las aves le hicieran cosquillas. Otras veces, se ponía migas en el sombrero. Las palomas trepaban por sus hombros y se posaban en su cabeza y le despelucaban los pocos pelos que aún conservaba. Las palomas lo conocían mejor que la gente del barrio. Y el parque y esa banca le pertenecían.
Una mañana Eusebio no salió a comprar pan. El parque y la banca permanecieron vacíos. Y ese día no hubo más Eusebio. Tampoco hubo palomas.
Esa misma mañana, todos los parques y las bancas de la ciudad quedaron vacíos. Y cuando llegó la tarde volvieron las palomas, pero no volvió ningún Eusebio.
Y es que dicen que esos viejos hicieron un trato con las aves. Intercambiaron migas de pan por clases de vuelo. Y ese mismo día les enseñaron a volar.

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